“Todas las gitanas no somos iguales, como tampoco son iguales todas las payas”

” Diferentes generaciones de gitanas debaten sobre el rol de la mujer al largo de los años dentro de la cultura romaní

“Todas las gitanas no somos iguales, como tampoco son iguales todas las payas”, dice Carmen Giménez. Es una de las siete mujeres de diferentes edades que hemos reunido para hablar sobre el papel de la mujer a la cultura gitana y su evolución a lo largo de las generaciones. Las que tienen edades de entre 40-50 años aseguran que la manera en que las educaron sus padres y como lo están haciendo ahora ellas con sus hijos e hijas es muy diferente. Y uno de los cambios más potentes es la visión de la educación y la formación. Las entidades que trabajan con lo pueblo gitano han cuidado mucho este aspecto. La asociación Lacho Bají Calí (la buena suerte gitana, en romaní), presente en l’Hospitalet desde hace 27 años, hace todo tipo de actividades y cursos para promocionar la cultura gitana pero le da especial importancia a la formación con cursos de alfabetización o del carné de conducir, entre otros. La Fundación Pere Closa también trabaja con el proyecto Siklavipen Savorença (Educación con todos, en romaní) en el barrio de La Florida.

“Yo quería ser enfermera pero mi padre no me dejó estudiar, consideraba que tenía que quedarme haciendo las tareas de casa. Mi profesora lo intentó convencer pero lo único que consiguió es que me dejara estudiar peluquería por las tardes, que no era mi sueño”, relata Andrea Heredia, de 53 años, que fue una de las primeras gitanas graduadas de España. Esta experiencia de resignación con sus sueños hizo que con ella como madre la tortilla se diera la vuelta por completo: “a mi hija la obligué a estudiar y a formarse. Es algo importante para tener un futuro”. La historia de Carmen, de 42, es similar. Su padre la sacó del colegio con 14 años, en contra de su voluntad. Pero ella con 23 volvió a coger los libros y se sacó el graduado. Con 25 hizo las pruebas de acceso a la universidad con una nota de 7,5: “no pude hacer la carrera porque con tres hijos no me quedaba tiempo, pero fue una satisfacción personal demostrar que si quería, podía”. Para Damiana Contreras (21), todo es más fácil: “he hecho un ciclo medio, ahora haré el superior de educación infantil y, después, la carrera de magisterio. Todo el mundo en casa lo ve bien”.

El apoderamiento de la mujer gitana también pasa por la cuestión laboral. Hoy en día es habitual que trabajen fuera de casa y que reclamen el reparto de las tareas domésticas y los cuidados. “Yo cuido de mi madre, que es dependiente, y la colaboración de mi marido es esencial. Él ha cambiado su horario de trabajo para poder atenderla por las mañanas, mientras yo estoy trabajando”, explica Andrea. Y Sara Fernández (31) rápidamente responde: “eso tiene que ser lo normal, no la excepción. La responsabilidad del trabajo de casa es la misma para todos los que viven en ella”. “A veces pensamos que por limpiar mucho y cuidar mucho del marido y los hijos eres más gitana y no, eres más esclava”, sentencia Carmen.

Para ellas, la lucha contra la discriminación es doble: por mujeres y por gitanas. “Siempre se da una visión negativa de nosotros, nunca explican las cosas buenas que tenemos y que hacemos”, protesta Sara, y Juana Fernández añade: “sale gratis criticarnos y todavía nos acusan de automarginarnos”. El desconocimiento de su realidad provoca la extensión y repetición de estereotipos y tópicos, como dice Damiana: “cuando me conocen, me dicen que soy una gitana especial, que no soy como los otros. Pero es que no conocen los otros, en mi entorno no soy especial”.
Las mujeres gitanas demuestran que están al frente de la promoción y la defensa de su propia cultura. En la asociación Lacho, la gran mayoría de personas que trabajan son mujeres, incluyendo su presidenta, Mercedes Gómez (51), que tiene claro que: “los valores del pueble gitano son los que nos definen: el amor, el respeto a los mayores y la unión de todos como pueblo. Esto no lo cambiaremos nunca, por mucho que avancemos con los tiempos como lo hacen todas las culturas”.

Todas ellas se consideran mujeres empoderadas y llevan por bandera su cultura. Como dice Isabel Fernández (19), el empoderamiento de la mujer gitana pasa por el empoderamiento de su cultura: “quien nos quiera lo tiene que hacer respetando lo que somos, con nuestras costumbres y nuestros valores. Si nos intentas cambiar es porque no nos quieres”. Acercarse, conocer y no juzgar son acciones claves para una buena convivencia entre diferentes culturas.